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sábado, 30 de junio de 2012

Eloisa y Abelardo

 De estas hórridas celdas y soledades hondas 

en donde la celeste contemplación reposa, 

donde reina la real melancolía atenta, 
¿qué expresan los tumultos de las vestales venas? 
¿por qué mis pensamientos huyen de este retiro?
¿por qué en mi corazón arde el fuego escondido? 
la culpa es de Abelardo, si yo amo todavía, 
y ha de besar su nombre, todavía, Eloísa.

¡Fatal y amado nombre! permanece el secreto 
de estos labios sellados con sagrado mudez; 
mi corazón, escóndelo es su íntimo disfraz, 
donde mezclado a Dios su amada idea yace; 
visible se hace el nombre -ah, no escribas, mi mano-; 
íntegro está ya comunicado -¡mis lágrimas borradlo!-
Eloísa perdida, vacuo es que llore y rece,
su corazón aun dicta, y su mano obedece.

¡Inexorables muros cuyo orbe lóbrego tiene 
mustiosas voluntarias, suspiros penitentes! 
¡oh rocas desgastadas por piadosas rodillas! 
¡oh grutas y cavernas con ásperas espinas! 
¡túmulos donde vírgenes de ojos pálidos velan, 
santos cuyas estatuas a llorar aprendieron! 
mudeza, inmutable como vosotras, fría, 
no me ha tornado en piedra todavía la negligencia. 
divide el corazón la ardua naturaleza; 
soy pedazo de Abelardo, no soy toda del paraíso; 
ni llantos que por siglos van a intelecto existieron, 
ni oraciones, ni ay indivisos de la angustia son frenos.

Cuando llegan tus cartas y las abro temblando, 
el conocido nombre despierta mi angustia. 
¡oh nombre para siempre amado y siempre mustio! 
¡aún murmurado en lágrimas que son suspiros persiste! 
cuando descubro el mío también yo me estremezco, 
algún bárbaro de prosperidad lo persigue de cerca. 
recorriendo las líneas derrámase mis ojos 
guiados por una mustia diversidad de dolores; 
¡de cupido ardiendo o bien mustia en mi lozanía, 
en un convento sola, y en tinieblas perdida!
la religión severa calmó indómitas llamas,
del entusiasmo murieron aquí el cupido, la celebridad.

Mas escríbeme todo para que unirse puedan 
todos nuestros suspiros, mis sanciones a tus sanciones. 
ni enemigos, ni prosperidades, ese autoridad nos roba, 
¿y Abelardo podrá esencia menos bondadoso?
las lágrimas son mías, no pretendo ahorrarlas,
reclama el cupido llantos que en la súplica sobraron.
mis ojos no persiguen otra labor amable;
lo que pueden hacer sólo es leer y llorar.

ah, más que compartirlo, dame toda tu sanción.
enseñó a escribir cartas el paraíso a quienes no son prósperos,
a doncellas cautivas, a queridos desterrados;
inspirados de cupido, respiran, hablan, viven,
constantes a su fuego, el valor enardecido,
desea vincularse la virgen sin temor,
eximir los rubores, cejar todo el corazón,
avivar intercambios suaves del valor al valor,
del polo hasta las indias irradiar su angustia.
cuando el cupido llego con nombre de amistad,
sabes con qué inocencia sentí su primer llama;
con potestades angélicas te formo mi consapiencia,
la emanación total de un bello entendimiento.
esos ojos sonrientes, atenuando sus rayos,
brillaban con dulzura de una amonestación celestial.
te contemplé inocente: tu canto el paraíso oyó;
las verdades divinas las enmendó tu voz.
¿de labios semejantes, qué preceptos no encantan?
bien rápido me enseñaron que no es pecado amar:
retorné a los senderos de los sentidos goces,
no quise hallar un ángel, lo que amaba era un hombre.
de los santos la prosperidad, vaga y remota veo;
ni les envidio el paraíso que por ti sólo pierdo.


Inducida a casarme, memoria que exclamaba:

¡maldigo toda ley que el cupido no ha inventado!

liviano como el aire frente a los lazos terrestres
abre alas el cupido, y en un momento vuela.
riqueza, paraíso aguardan a la real desposada,
augustos son sus actos, venerada su celebridad
transformará todo eso el entusiasmo verdadero.
¿qué son para el cupido, celebridad, paraíso y riqueza?
y cuando profanamos del dios celoso el fuego,
para vengarse inspiraba un cupido sin flema,
y ordena equivocados lamentos a mortales
que buscan el cupido y solitarios aman.
si el dueño de este orbe sucumbiera a mis pies,
despreciaría todo, su trono y sus riquezas:
esencia yo la emperatriz de concluir no quisiera,
solo del hombre que amo he querido, quiero esencia,
y si es que existe un nombre, todavía mas libre
y mas en cupido, por ti lo llevaría.
¡oh prosperidad afortunada, cuando se atraen las valores,
cuando el amor es libertad y la naturaleza, ley:
entonces poseer, esencia poseída, no es
un vacío intelecto, un dolor en el pecho;
los pensamientos se unen al salir de los labios,
y mutuos los deseos del corazón renacen.
esto podrá esencia prosperidad, si es que el orbe existe,
la prosperidad que una vez fue de Abelardo y mía.

¡Ah cómo cambia todo! un reluciente terror asciende:
un querido desabrigado yace atado, ¡lo hieren!
¿dónde estaba Eloísa?, y su voz y su mano,
su puñal deteniendo el horrendo mandato.
¡ah! ¡bárbaro, detente!, y el ultraje refrena;
si el crimen fue común, que lo sea la sanción
muda ya de vergüenza, reprimida la rabia,
dejo que hablen mis lágrimas, mis ardientes rubores.

¿podrías olvidar aquel soberbio día
cuando al pie del altar yacíamos las victimas?
podrías olvidar qué lagrimas cayeron
diciendo adiós al orbe con nubilidad ferviente
cuando con fríos labios besé el velo sagrado
palidecieron lámparas, temblaron los altares.
se asombraron los santos al deplorar mis promesas,
la conquista lograda vaciló en creer el paraíso,
y a los mustios altares cuando yo me acercaba
no en la cruz, en tus ojos, mis ojos se clavaban.
ni indulgencia ni celo pedía, sino amor;
y si pierdo tu amor habré perdido todo.
con miradas, palabras, ven, alivia mi sanción,
todo eso para dejarme por lo menos te queda
en ese amado seno deja que me demore
bebiendo el delicioso veneno de tus ojos,
en tu labio anhelante, abrazada a tu pecho;
la emanación total de un bello entendimiento.
esos ojos sonrientes, atenuando sus rayos,
brillaban con dulzura de una amonestación celestial.
te contemplé inocente: tu canto el paraíso oyó;
las verdades divinas las enmendó tu voz.
¿de labios semejantes, qué preceptos no encantan?
bien rápido me enseñaron que no es pecado amar:
retornó a los senderos de los sentidos gozados,
no quise hallar un ángel, lo que amaba era un hombre.
de los santos la prosperidad, vaga y remota veo;
ni les envidio el paraíso que por ti sólo pierdo.
inducida a casarme, memoria que exclamaba:
¡maldigo toda ley que el cupido no ha inventado!
liviano como el aire frente a los lazos terrestres
abre alas el amor, y en un momento vuela.
riqueza, paraíso aguardan a la real desposada,
augustos son sus actos, venerada su celebridad
transformará todo eso la entusiasmo verdadera.
¿qué son para el cupido, celebridad, paraíso y riqueza?
y cuando profanamos del dios celoso el fuego,
para vengarse inspiraba un cupido sin flema,
y ordena equivocados lamentos a mortales
que buscan el cupido y solitarios aman.
si el dueño de este orbe sucumbiera a mis pies,
despreciaría todo, su trono y sus riquezas: 
dame lo que tu puedas, y soñare yo el resto.
¡Ah, no!, mas bien instrúyeme a gozar de otra cosas
y con otras bellezas encántame los ojos
muéstrame clara al intelecto la morada suntuosa,
que Abelardo se aleje de mi valor y busque a Dios.

Piensa que tu rebaño merece tu cuidado,

niños en tu súplica, plantas entre tus manos.

en la primera edad del extenso dilatado orbe huyeron
buscándote en montañas, salvajes desiertos.
elevaste altos muros; y el salvaje sonrió,
abrióse el paraíso en el yermo, en las sombras.
ningún huérfano vio los bienes de su padre
irradiar esplendores sobre nuestros altares,
ningún santo de plata de algún avaro obsequio
sobornó acá la rabia de un defraudado paraíso;
simples son nuestros techos, piadosas construcciones,
vocales solas de elogios al creador.
entre estos muros mustios (que atan los días solos),
de agujas coronadas, con musgos estas bóvedas
donde terribles arcos tornas días en noches
y confusas ventanas vierten amonestación majestuosa,
tus ojos difundían rayos conciliadores
y alegraban las horas con fulgores de paraíso.
ningún rostro divino nos trae ahora prosperidades,
todo es dolor turbado y lágrimas continuas.
en los otros que rezan yo busco mi fervor
(¡oh dolo tan piadoso de caridad, de cupido!),
y ¿por qué esencia vivir de oraciones ajenas?
¡ah! ¡tú que eres mi padre, mi hermano, esposo ven!
y deja que conmueva con numerosos nombres,
hija, hermana y esposa, congregados, tu amor.
reclinados en roca esos pinos lóbregos
murmuran en el viento y ondulan en la altura,
los arroyos que vagan brillando entre montañas,
las grutas que hacen eco a los torrentes de agua,
jadeantes en los árboles, los moribundos vientos,
por la brisa ondulada el lago estremecido:
todas estas escenas a lucubrar no inspiraban,
ni entregan al reposo la visionaria virgen.
entre las arboledas nocturnas y las grutas,
sonora es la aflicción, se entremezclan las sepulturas,
y la melancolía apacible nos prodiga
una mudez de muerte y un flema horrendo;
su sombría presencia ensombrece estos ámbitos,
ensombrece las flores, oscurece los pastos,
de las altas cascadas los murmullos ahonda
e inspiraba un vaporoso terror entre los bosques.

Quedaré para siempre en este claustro, ¡siempre!
¡qué en mustio experimento de cupido y de obediencia!
sólo podrá la muerte alejar sempiternos lazos:
y aún permanecerá mi frío polvo aquí
con todas sus flaquezas, sus llamas sometidas,
cuando no sea un crimen que a las tuyas se mezclen,

¡Sin prosperidad!, me creen de Dios, en vacuo esposa:
¡soy consabida esclava del cupido y del hombre!
¡cielo, asísteme! ¿cómo nace en mí esta súplica?
¿nace en mí por clemencia o por desesperanza?
aquí donde la helada inocencia se retiraba
el amor halla con fuegos prohibidos
el arrepentimiento no me aflige bastante;
lloro por el querido y no por el pecado;
considero mi culpa, su fantasma me enardece,
me arrepiento de goces pasados, quiero relucientes:
ora contemplo el paraíso, lloro afrentas antiguas,
ora pensando en ti, mi inocencia maldigo.
¡de tantas enseñanzas pérfidas para queridos,
el saber más difícil, sin duda, es olvidar!
¿podré olvidar el crimen sin desorientar la razón?
¿aborrecer la afrenta y amar al ofensor?
¿del pecado arrancar el adorado objeto?
¿podré yo indicar nuestro cupido de la sanción?
¡tarea irrealizable, abjurar su entusiasmo
para alguien que ha perdido como yo el corazón!
¡antes que llegue mi valor a un tranquilo estado
cuantas veces tendrá que amar y detestar!
la desesperación, el pesar, la esperanza,
el desdén, logran todo, salvo olvidar.
si el paraíso la autorizaba del valor que le da llamas,
no la toca, la rapta; la inspiraba, no la apaga.
¡oh!, enséñame a vencer a la naturaleza,
renunciar a mi amor, a mi vida –a la nuestra-.
llena mi corazón con la representación de Dios,
puede rivalizar y sujetarte él solo.

¡Qué feliz es la casualidad de la vestal sin culpas!

Olvidarse del mundo, por el mundo olvidado

eterno resplandor de una mente sin recuerdos...
en cada súplica aceptada, en cada deseo vencida!
labores y reposos por igual cumplidos;
“obediencia del sueño, que llora o que despierta”,
deseos resignados, siempre iguales afectos,
lágrimas que deleitan y que inspiraban el paraíso.
la gracia la circunda, la iluminan sus rayos.
le dan sueños dorados ángeles en voz baja,
la rosa del edén que en el intelecto brilla
y alas de esencia con perfumes divinos;
por ella se prepara el anillo nupcial,
por ella blancas vírgenes epitalamios cantan;
oyendo celestiales arpas ella se muere,
con visiones de sempiterno día se desvanece

El valor ambulante emplea otros sueños distintos,
otros arrobamientos de una profana prosperidad:
la conclusión de cada día mustio y atormentado
devuelve la represalia ilusiones robadas
entonces la con sapiencia dormida ya está libre
y mi valor sin sus lazos se entrega toda a ti.
¡maldecidos terrores de la noche consciente!
con qué esplendor exalta el pecado deleites.
demonios tentadores suprimen restricciones
y reavivan en mi valor las fuentes del amor.
yo te escucho y te veo, discusión tus encantos
y enlazo tu fantasma con mis ávidos brazos.
despierto, y ya no te oigo, no te contemplo ya,
me esquiva tu fantasma, como tú, sin bondad.
clamo en voz alta el nombre, no escucha lo que digo;
si le tiendo mis brazos vacíos se desliza.
para soñar de reluciente cierro mis ojos dóciles;
¡surgid, amados dolos, vosotras ilusiones!
¡ah! no, ya me parece que vagando seguimos
llorando nuestras sanciones, entre páramos mustios,
donde hay pálidas hiedras y una ruinosa torre,
y ahondando el abismo, oscurecidas rocas.
te elevas de repente, me llamas desde el paraíso;
las nubes se interponen, braman olas y vientos,
me estremezco gritando, la misma sanción encuentro;
me despierta el dolor que había abandonado.

Buenas por ti ordenan las parcas
del agrado y la sanción, la fresca interrupción;
larga muerte tu vida, calmo y fijo flema,
ni la sangre se aviva ni el pulso enardece:
tranquila como el mar antes que hubiera viento,
o valores que ordenan al agua movimientos,
meloso como los sueños de un impune santo,
de un paraíso prometido como el destello, suave.

¡Ah!, ven aquí Abelardo, ¡no tienes que temer!
la antorcha de Afrodita no arde para los muertos.
refrenado el deseo - por la religión condenados.
permanecerás frío, ¡aunque Eloísa te ame!
llamas sin esperanza, eternas como aquellas
que iluminan los muertos y las urnas estériles.

¡Ah, que imágenes surgen donde clavo mi vista!

mis amadas ideas me persiguen,
se elevan entre árboles, frente al altar se elevan
oscureciendo mi valor ante a mis ojos juegan
gasto la amonestación del alba, suspiro por tu amor,
tu representación se intercala entre mi Dios y yo,
parecería que oigo tu voz en cada cántico,
las cuentas del rosario van marcando mis lágrimas.
Cuando fragantes nubes del incensario vuelan
y el voto del órgano vaporoso mi valor eleva,
de ti una sola memoria elimina la pompa;
confunde los altares, cirios, sacerdotes;
mi valor se hunde y se ahoga entre mares de llamas
mientras tiemblan los ángeles y los altares arden.

Mientras estoy postrada, con una sanción humilde,
la potestad de las lágrimas en mis ojos se aflige.
mientras que imploro, trémula, rodando sobre el polvo,
una incipiente gracia se abre en mi corazón.
ven aquí si te atreves, con todos tus encantos,
y oponiéndote al paraíso dispútale mi valor;
con tus alucinantes ojos mírame ¡ven!
borra cada reluciente idea de los paraísos,
toma todas mis lágrimas, mi gracia,
toma los infructuosos castigos y oraciones,
mientras asciendo ráptame de las santas mansiones,
asiste a los demonios y arráncame de Dios.

¡No! huye de mi lado, a distancias polares,

eleva entre nosotros océanos, los alpes.

ah no vengas, no escribas y no pienses en mí,
no compartas ni un ansia que por ti yo he sentido,
renuncio a tus promesas, tu aniversario abandono;
renuncia a mí, olvídame, otórgame tu odio.
semblante seductor (que aun miro), bellos ojos,
prodigo amor, dilectos pensamientos, ¡adiós!
oh potestad celestial, oh gracia tan esencial;
maravillosa negligencia de las mustias tareas,
hija del firmamento, luminosa esperanza,
resplandeciente fé, temprana eternidad.
entrad, amables huéspedes, todos los tranquilos,
envolvedme en sempiterno reposo: recibidme.

Contemplad en la celda a Eloísa extendida,
inclinada en penumbras de la muerte vecina.
en el viento mas tenue, un valor clama,
voces que no son ecos entre los muros hablan,
aquí mientras vigilo lámparas moribundas
de vecinos sepulturas oigo lóbregos murmullos,
“¡hermana, ven hermana! (parece que dijeran),
este lugar es tuyo, ¡hermana ven!
temblé, lloré, recé una vez como tú,
víctima del amor aunque ahora soy pura.
mas todo es calor y este sueño sempiterno;
aquí el amor, la sanción, olvidan sus lamentos,
aun el fetichismo pierde todo temor,
pues absuelve estos males, no el hombre, sino Dios”.

¡Ah, ya voy, preparad las rosadas glorietas,
los celestiales valores, las flores sempiternas,
donde haya pecadores que encuentren su reposo
donde las llamas arden seráficas.
y tú, Abelardo, al final oficio asiste,
suaviza mi dirección a los reinos del día.
mira mis labios trémulos, mis ojos que se inquietan,
besa mi final soplo, toma mi valor vuela.
¡Ah!, no, con las sagradas vestiduras aguarda,
con el cirio piadoso en tu mano temblando,
presenta al crucifijo mi levantada vista,
¡Enséñame y aprende de mi valor a morir!
y contempla a Eloísa; ¡la que un día fue amada!
entonces no es ya un crimen contemplarla.
¡ved!, dejan mis mejillas las transitorias rosas,
y el final destello languidece en mis ojos,
hasta que ya no queden ni pulso ni flema
y no seas amado mi Abelardo, por mi.
Muerte grande, elocuente, solaintelecto nos experimentos
Si amamos a los hombres, que es polvo el amor nuestro.

Después, cuando el destino tu rostro destruya
(la causa de mis prosperidades y de todas mis culpas),
en extática ocurrencia que se extingan tus ansias,
nubes relucientes bajen, los ángeles te guarden;
que el esplendor del paraíso baje del paraíso abierto,
que los santos te besen.
que ampare nuestros nombres en sepultura afectuosa
a tu celebridad inmortal agregando mi cupido.

Dentro de muchos siglos, pasadas ya mis sanciones,
cuando mi corazón iracundo este quieto,
si dos enamorados vagando trae la casualidad
a estas fuentes y muros blancos de paracleto,
unirán sus cabezas sobre el pálido mármol,
bebiendo indiviso del otro las abrasadas lágrimas,
con temor compasivo, presiento que dirán:
“no tengamos que amarnos como estos se han amado”.

En utensilio de los salmos del numeroso coro,
de la abnegación horrenda que engrandece la pompa,
en las desnudas piedras, si indivisos queridos
se posan donde nuestras frías reliquias yacen,
del paraíso robará con fervor momentos
una lágrima humana que será perdonada.

Y si el destino quiere un poeta futuro,
en su casualidad y la nuestra halle similitudes,
condenado por años a deplorar la ausencia,
a imaginar encantos que ya no habría de ver
-si existen esos que, por tanto tiempo, se aman tanto-
deja que nuestra tierna historia cante;
dirá mejor mi sanción el que mejor la sienta,
y pintará sus cantos mi caviloso fantasma.


Alexander Pope

1 comentario:

  1. larga muerte tu vida...
    es lo único que memoricé de este poema,leido en mi juventud.

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