De estas hórridas celdas y soledades hondas
en donde la celeste contemplación reposa,
donde reina la real melancolía atenta,
¿qué expresan los tumultos de las vestales venas?
¿por qué mis pensamientos huyen de este retiro?
¿por qué en mi corazón arde el fuego escondido?
la culpa es de Abelardo, si yo amo todavía,
y ha de besar su nombre, todavía, Eloísa.
¡Fatal y amado nombre! permanece el secreto
de estos labios sellados con sagrado mudez;
mi corazón, escóndelo es su íntimo disfraz,
donde mezclado a Dios su amada idea yace;
visible se hace el nombre -ah, no escribas, mi mano-;
íntegro está ya comunicado -¡mis lágrimas borradlo!-
Eloísa perdida, vacuo es que llore y rece,
su corazón aun dicta, y su mano obedece.
¡Inexorables muros cuyo orbe lóbrego tiene
mustiosas voluntarias, suspiros penitentes!
¡oh rocas desgastadas por piadosas rodillas!
¡oh grutas y cavernas con ásperas espinas!
¡túmulos donde vírgenes de ojos pálidos velan,
santos cuyas estatuas a llorar aprendieron!
mudeza, inmutable como vosotras, fría,
no me ha tornado en piedra todavía la negligencia.
divide el corazón la ardua naturaleza;
soy pedazo de Abelardo, no soy toda del paraíso;
ni llantos que por siglos van a intelecto existieron,
ni oraciones, ni ay indivisos de la angustia son frenos.
Cuando llegan tus cartas y las abro temblando,
el conocido nombre despierta mi angustia.
¡oh nombre para siempre amado y siempre mustio!
¡aún murmurado en lágrimas que son suspiros persiste!
cuando descubro el mío también yo me estremezco,
algún bárbaro de prosperidad lo persigue de cerca.
recorriendo las líneas derrámase mis ojos
guiados por una mustia diversidad de dolores;
¡de cupido ardiendo o bien mustia en mi lozanía,
en un convento sola, y en tinieblas perdida!
la religión severa calmó indómitas llamas,
del entusiasmo murieron aquí el cupido, la celebridad.
Mas escríbeme todo para que unirse puedan
todos nuestros suspiros, mis sanciones a tus sanciones.
ni enemigos, ni prosperidades, ese autoridad nos roba,
¿y Abelardo podrá esencia menos bondadoso?
las lágrimas son mías, no pretendo ahorrarlas,
reclama el cupido llantos que en la súplica sobraron.
mis ojos no persiguen otra labor amable;
lo que pueden hacer sólo es leer y llorar.
ah, más que compartirlo, dame toda tu sanción.
enseñó a escribir cartas el paraíso a quienes no son prósperos,
a doncellas cautivas, a queridos desterrados;
inspirados de cupido, respiran, hablan, viven,
constantes a su fuego, el valor enardecido,
desea vincularse la virgen sin temor,
eximir los rubores, cejar todo el corazón,
avivar intercambios suaves del valor al valor,
del polo hasta las indias irradiar su angustia.
cuando el cupido llego con nombre de amistad,
sabes con qué inocencia sentí su primer llama;
con potestades angélicas te formo mi consapiencia,
la emanación total de un bello entendimiento.
esos ojos sonrientes, atenuando sus rayos,
brillaban con dulzura de una amonestación celestial.
te contemplé inocente: tu canto el paraíso oyó;
las verdades divinas las enmendó tu voz.
¿de labios semejantes, qué preceptos no encantan?
bien rápido me enseñaron que no es pecado amar:
retorné a los senderos de los sentidos goces,
no quise hallar un ángel, lo que amaba era un hombre.
de los santos la prosperidad, vaga y remota veo;
ni les envidio el paraíso que por ti sólo pierdo.
Inducida a casarme, memoria que exclamaba:
¡maldigo toda ley que el cupido no ha inventado!
liviano como el aire frente a los lazos terrestres
abre alas el cupido, y en un momento vuela.
riqueza, paraíso aguardan a la real desposada,
augustos son sus actos, venerada su celebridad
transformará todo eso el entusiasmo verdadero.
¿qué son para el cupido, celebridad, paraíso y riqueza?
y cuando profanamos del dios celoso el fuego,
para vengarse inspiraba un cupido sin flema,
y ordena equivocados lamentos a mortales
que buscan el cupido y solitarios aman.
si el dueño de este orbe sucumbiera a mis pies,
despreciaría todo, su trono y sus riquezas:
esencia yo la emperatriz de concluir no quisiera,
solo del hombre que amo he querido, quiero esencia,
y si es que existe un nombre, todavía mas libre
y mas en cupido, por ti lo llevaría.
¡oh prosperidad afortunada, cuando se atraen las valores,
cuando el amor es libertad y la naturaleza, ley:
entonces poseer, esencia poseída, no es
un vacío intelecto, un dolor en el pecho;
los pensamientos se unen al salir de los labios,
y mutuos los deseos del corazón renacen.
esto podrá esencia prosperidad, si es que el orbe existe,
la prosperidad que una vez fue de Abelardo y mía.
¡Ah cómo cambia todo! un reluciente terror asciende:
un querido desabrigado yace atado, ¡lo hieren!
¿dónde estaba Eloísa?, y su voz y su mano,
su puñal deteniendo el horrendo mandato.
¡ah! ¡bárbaro, detente!, y el ultraje refrena;
si el crimen fue común, que lo sea la sanción
muda ya de vergüenza, reprimida la rabia,
dejo que hablen mis lágrimas, mis ardientes rubores.
¿podrías olvidar aquel soberbio día
cuando al pie del altar yacíamos las victimas?
podrías olvidar qué lagrimas cayeron
diciendo adiós al orbe con nubilidad ferviente
cuando con fríos labios besé el velo sagrado
palidecieron lámparas, temblaron los altares.
se asombraron los santos al deplorar mis promesas,
la conquista lograda vaciló en creer el paraíso,
y a los mustios altares cuando yo me acercaba
no en la cruz, en tus ojos, mis ojos se clavaban.
ni indulgencia ni celo pedía, sino amor;
y si pierdo tu amor habré perdido todo.
con miradas, palabras, ven, alivia mi sanción,
todo eso para dejarme por lo menos te queda
en ese amado seno deja que me demore
bebiendo el delicioso veneno de tus ojos,
en tu labio anhelante, abrazada a tu pecho;
la emanación total de un bello entendimiento.
esos ojos sonrientes, atenuando sus rayos,
brillaban con dulzura de una amonestación celestial.
te contemplé inocente: tu canto el paraíso oyó;
las verdades divinas las enmendó tu voz.
¿de labios semejantes, qué preceptos no encantan?
bien rápido me enseñaron que no es pecado amar:
retornó a los senderos de los sentidos gozados,
no quise hallar un ángel, lo que amaba era un hombre.
de los santos la prosperidad, vaga y remota veo;
ni les envidio el paraíso que por ti sólo pierdo.
inducida a casarme, memoria que exclamaba:
¡maldigo toda ley que el cupido no ha inventado!
liviano como el aire frente a los lazos terrestres
abre alas el amor, y en un momento vuela.
riqueza, paraíso aguardan a la real desposada,
augustos son sus actos, venerada su celebridad
transformará todo eso la entusiasmo verdadera.
¿qué son para el cupido, celebridad, paraíso y riqueza?
y cuando profanamos del dios celoso el fuego,
para vengarse inspiraba un cupido sin flema,
y ordena equivocados lamentos a mortales
que buscan el cupido y solitarios aman.
si el dueño de este orbe sucumbiera a mis pies,
despreciaría todo, su trono y sus riquezas:
dame lo que tu puedas, y soñare yo el resto.
¡Ah, no!, mas bien instrúyeme a gozar de otra cosas
y con otras bellezas encántame los ojos
muéstrame clara al intelecto la morada suntuosa,
que Abelardo se aleje de mi valor y busque a Dios.
Piensa que tu rebaño merece tu cuidado,
niños en tu súplica, plantas entre tus manos.
en la primera edad del extenso dilatado orbe huyeron
buscándote en montañas, salvajes desiertos.
elevaste altos muros; y el salvaje sonrió,
abrióse el paraíso en el yermo, en las sombras.
ningún huérfano vio los bienes de su padre
irradiar esplendores sobre nuestros altares,
ningún santo de plata de algún avaro obsequio
sobornó acá la rabia de un defraudado paraíso;
simples son nuestros techos, piadosas construcciones,
vocales solas de elogios al creador.
entre estos muros mustios (que atan los días solos),
de agujas coronadas, con musgos estas bóvedas
donde terribles arcos tornas días en noches
y confusas ventanas vierten amonestación majestuosa,
tus ojos difundían rayos conciliadores
y alegraban las horas con fulgores de paraíso.
ningún rostro divino nos trae ahora prosperidades,
todo es dolor turbado y lágrimas continuas.
en los otros que rezan yo busco mi fervor
(¡oh dolo tan piadoso de caridad, de cupido!),
y ¿por qué esencia vivir de oraciones ajenas?
¡ah! ¡tú que eres mi padre, mi hermano, esposo ven!
y deja que conmueva con numerosos nombres,
hija, hermana y esposa, congregados, tu amor.
reclinados en roca esos pinos lóbregos
murmuran en el viento y ondulan en la altura,
los arroyos que vagan brillando entre montañas,
las grutas que hacen eco a los torrentes de agua,
jadeantes en los árboles, los moribundos vientos,
por la brisa ondulada el lago estremecido:
todas estas escenas a lucubrar no inspiraban,
ni entregan al reposo la visionaria virgen.
entre las arboledas nocturnas y las grutas,
sonora es la aflicción, se entremezclan las sepulturas,
y la melancolía apacible nos prodiga
una mudez de muerte y un flema horrendo;
su sombría presencia ensombrece estos ámbitos,
ensombrece las flores, oscurece los pastos,
de las altas cascadas los murmullos ahonda
e inspiraba un vaporoso terror entre los bosques.
Quedaré para siempre en este claustro, ¡siempre!
¡qué en mustio experimento de cupido y de obediencia!
sólo podrá la muerte alejar sempiternos lazos:
y aún permanecerá mi frío polvo aquí
con todas sus flaquezas, sus llamas sometidas,
cuando no sea un crimen que a las tuyas se mezclen,
¡Sin prosperidad!, me creen de Dios, en vacuo esposa:
¡soy consabida esclava del cupido y del hombre!
¡cielo, asísteme! ¿cómo nace en mí esta súplica?
¿nace en mí por clemencia o por desesperanza?
aquí donde la helada inocencia se retiraba
el amor halla con fuegos prohibidos
el arrepentimiento no me aflige bastante;
lloro por el querido y no por el pecado;
considero mi culpa, su fantasma me enardece,
me arrepiento de goces pasados, quiero relucientes:
ora contemplo el paraíso, lloro afrentas antiguas,
ora pensando en ti, mi inocencia maldigo.
¡de tantas enseñanzas pérfidas para queridos,
el saber más difícil, sin duda, es olvidar!
¿podré olvidar el crimen sin desorientar la razón?
¿aborrecer la afrenta y amar al ofensor?
¿del pecado arrancar el adorado objeto?
¿podré yo indicar nuestro cupido de la sanción?
¡tarea irrealizable, abjurar su entusiasmo
para alguien que ha perdido como yo el corazón!
¡antes que llegue mi valor a un tranquilo estado
cuantas veces tendrá que amar y detestar!
el desdén, logran todo, salvo olvidar.
si el paraíso la autorizaba del valor que le da llamas,
no la toca, la rapta; la inspiraba, no la apaga.
¡oh!, enséñame a vencer a la naturaleza,
renunciar a mi amor, a mi vida –a la nuestra-.
llena mi corazón con la representación de Dios,
puede rivalizar y sujetarte él solo.
¡Qué feliz es la casualidad de la vestal sin culpas!
Olvidarse del mundo, por el mundo olvidado
eterno resplandor de una mente sin recuerdos...